miércoles, 4 de diciembre de 2002

Mi entrevista y reseña a Paul Theroux en LA VANGUARDIA

Foto: I.N., Ibiza, 2008

LA VANGUARDIA CULTURAS 04/12/2002

ESCRITURAS

Entrevista a Paul Theroux “Houellebecq es un escritorzuelo”

Isabel Núñez

Paul Theroux: “Me fascinan las personas ambiciosas y egocéntricas que llevan dentro de sí las semillas de la destrucción, sobre todo porque dan pie a la comedia y la farsa”

ESCRITURAS

Paul Theroux en Hawai LA VANGUARDIA

Paul Theroux utiliza hábilmente la voz de su protagonista, un escritor bloqueado que asume con alivio su trabajo de director de hotel, como nexo de unión: él escucha y articula las múltiples historias de los clientes, transformándolas en una sugerente novela.

Entre el tiránico y excéntrico Allie Fox de “La costa de los mosquitos” y este tolerante narrador de “Hotel Honolulu”, ¿dónde radica la diferencia? ¿Tiempo, edad, madurez del escritor?

La diferencia principal son dos personajes de ficción que no tienen nada en común. Un escritor imaginativo debería ser capaz de crear personajes complejos, incluso en el mismo libro. El narrador de “La costa de los mosquitos” es Charlie Fox, que observa a su padre con simpatía. Los escenarios de los libros, el tono, mis intenciones son también distintos. Pero mi propia experiencia, envejecer, también ayuda. Esto puede aplicarse a todos los escritores. Al principio, Melville escribió sobre un marinero en “Taipi” y “Omo”, pero en “Moby Dick” creó un personaje diabólico (Acab) y un observador comprensivo (Ismael).

¿Cuál sería la razón de esa fascinación por la excentricidad y los excesos de los más memorables personajes de sus libros, Allie Fox, Naipaul o Buddy Samstra?

Me fascinan las personas ambiciosas, extravertidas y egocéntricas, que llevan las semillas de la destrucción en su interior, precisamente en esas cualidades. Pero, sobre todo, veo oportunidades para la comedia en personas así, o para la farsa; y la farsa está muy cerca de la tragedia.

El narrador de “Hotel Honolulu” tiene algo que ver con los de Somerset Maugham, pero no es sólo observador, sino que sus vidas se mezclan. ¿Qué puede decirnos sobre esto?

Escuchar a escondidas es el “modus operandi” de la mayoría de escritores, porque la implicación real exige tiempo. Maugham era un buen oyente a escondidas, pero creo que muchos otros novelistas, dramaturgos y poetas comparten esa cualidad. También diría que la mayor parte de escritores son excéntricos, desequilibrados, disfuncionales

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y neuróticos, cualidades que yo no asociaría con personas gregarias y felices (aunque no creativas).

En sus libros, muchos hombres occidentales se emparejan con mujeres asiáticas o africanas. ¿Cree usted como Michel Houellebecq que hay una dificultad de relación entre hombres y mujeres en Occidente? Ese Houellebecq es el tipo de escritorzuelo desagradable, abusivo, intolerante y sin talento. Podría encontrarlo despotricando en cualquier pocilga francesa, así que no creo que le necesitemos para que nos ayude a definir las relaciones entre mujeres y hombres. El turismo sexual sobre el que él escribe es sólo explotación y una forma moderna de esclavitud. Yo me he pasado la mayor parte de mi vida viajando por el mundo ecuatoriano y he podido observar los rituales de cortejo entre nativos y extranjeros. Creo que la mayoría de hombres se hacen eco de la eterna pregunta de Freud, “¿Qué quieren las mujeres?”, y que las mujeres deben de preguntarse lo mismo de los hombres.

Javier Marías (“Negra espalda del tiempo”) y Woody Allen (“Deconstruyendo a Harry”) han hablado de las reacciones de individuos reales que son (o creen ser) retratados en sus obras. ¿Ha tenido experiencias en ese sentido? ¿Tal vez con “La sombra de Naipaul”?

Cuando mi mujer y yo vimos “Deconstruyendo a Harry”, ella me dijo: “¡Esta película trata de ti!”. Pero también, como la ficción nos da las segundas oportunidades que la vida nos niega, nuestros libros tienden a mostrar versiones mejoradas de nuestras torturadas vidas. Le agradezco que haya mencionado “La sombra de Naipaul”, que es uno de mis libros favoritos. Tuvo unas críticas terribles en Estados Unidos y lo calificaron de “Memorias de un Judas”, pero cuando se lo comenté a mi amigo, el prolífico y distinguido autor J. J. Armas Marcelo, él me dijo: “Es un buen título para un libro”. La gente que sale en mis libros nunca se reconoce. Sin embargo, mi retrato de Naipaul es el espejo de un hombre que ha sido un escritor maravilloso, pero humanamente un monstruo.

Uno de mis libros favoritos suyos aún está inédito en España, “My other life”. Esa “fantasía autobiográfica” le permite explicar cosas reales con distancia literaria. ¿Se siente más cómodo en esos libros inclasificables, entre realidad y ficción, como “La sombra de Naipaul” o “My other life”, que en las novelas tradicionales? ¿O sólo son las formas de la novela contemporánea?

Difuminar la línea entre realidad y ficción es un pasatiempo gratificante, pero yo debo insistir en que cada libro de viajes que he escrito es escrupulosa y verificablemente factual. Dicho esto, debería añadir que casi siempre creo que todo es ficción; todo, absolutamente todo: la historia, la geografía, los libros de viajes, la autobiografía y las entrevistas de los periódicos.

Usted ha escrito unos treinta libros, múltiples novelas y sus libros de viajes (no para turistas); es usted un escritor prolífico y tiene facilidad para contar historias. Sorprende que hable del bloqueo del escritor... Nadie dice nunca: “¡Goya pintó tantos cuadros! ¡Tantos temas! ¡Trabajaba todos los días!”. Todo el mundo da por sentado que los pintores pintan y no tienen el bloqueo del pintor. En realidad, yo me identifico con los artistas. Por cierto, ¿no es “El perro semihundido” la mejor pintura de Goya?

¿Cree que “Hotel Honolulu” trata de un escritor que encuentra su propia voz contando historias de otros o sobre la sociedad occidental contemporánea que finalmente destruye los viejos paraísos? No. Creo que es un intento de dar expresión a través de la ficción a un bonito lugar que están deteriorando poco a poco. Siempre que un lugar adquiere la fama de ser un paraíso, se va al infierno.

Un hotel en Hawai

Isabel Núñez

Paul Theroux, “Honolulu Hotel”

Seix Barral, 544 págs., 22 €

Paul Theroux (Massachussets, 1941) es un escritor prolífico, extraordinario pero tan inclasificable y diverso que resulta difícil seguirle. Tal vez por eso tiene muchos tipos de lectores. Los fans de “La costa de los mosquitos” son legión: aquel soñador loco y tiránico y su selva dejaron huella en la memoria literaria de muchos. Otros le siguen por sus apasionantes crónicas de viajes y otros, como quien firma estas líneas, por libros tan especiales como “La sombra de Naipaul”, o “My Other Life”, una excelente falsa biografía donde Theroux cuenta cómo podría haber sido su vida si...

“Hotel Honolulu” es una extraña novela, también difícil de clasificar, pero sus ideas y la fluidez desnuda de su escritura deslumbran desde el principio y se lee con auténtica fruición. Una novela que es casi una colección de relatos.

Un escritor bloqueado acepta el puesto de director de un hotel bastante desastroso en Honolulu (un hotel “multistory”, dice su dueño, en pisos y en historias). A partir de ahí y mientras su vida se desarrolla suavemente, buscando la sombra y atendiendo a su variopinta clientela multicultural, el protagonista –que comparte con Theroux una larga carrera literaria, películas sobre sus novelas, viajes, varias mujeres e hijos dejados atrás, etc.—, sólo tiene que escuchar y observar porque “el mundo le visita”.

Theroux muestra a esos personajes en movimiento, planteándose conflictos de convivencia, enamorándose, separándose, matándose incluso, o revelando terribles secretos, y los dibuja con tal precisión y sutileza que los recordamos en color, como si realmente los hubiéramos visto, a través de la voz de un narrador tolerante y experto en observar vidas ajenas.

La siniestra Madame Ma, cronista social de la prensa local, su hijo Chip con su amante Amo; el propietario del hotel, el caótico alcoholizado, mentiroso y sentimental Buddy, que contrata al protagonista porque es escritor y pondrá nombre a las cosas; la dulce Sweetie, supuesta hija espuria de J.F. Kennedy con la que el protagonista se casa enseguida, y la niña, inolvidable Rose, que distribuye sus curiosas e inteligentes preguntas entre los clientes del hotel o recita al pie de la letra las respuestas científicas aprendidas de su padre; o Neverman, investigador de destinos otros.

Y un día, en medio de ese torrente de vidas contadas como relatos breves, el narrador, siempre fascinado por las palabras, comprende que necesita escribir para entender Hawai y no sentirse perdido porque, aun camuflado de director de hotel, sigue siendo escritor.

Leer “Honolulu Hotel” implica el placer de recuperar al narrador inteligente y familiar que es Paul Theroux, tal vez humanizado por la experiencia o dulcificado por la caótica vitalidad hawaiana. Casi como disfrutar de unas merecidas vacaciones.

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