miércoles, 13 de abril de 2005

Mi reseña de Maeve Brennan en La Vanguardia Cultura/s

Foto: Maeve Brennan retratada por George Bissinger, c.1949
Narrativa
Retorno a Dublín
ISABEL NÚÑEZ
Maeve Brennan
De visita
Traducción y prólogo de Ana Nuño
LUMEN
120 PÁGINAS
13,50 EUROS
Maeve Brennan (Dublín, 1917 – Nueva York, 1993) trabajó como comentarista de moda en Harper’s Bazaar, y como crítica literaria y redactora en los brillantes años cuarenta y cincuenta de The New Yorker (con el seudónimo The Longwinded Lady escribió aceradas crónicas urbanas en la célebre sección “The Talk of the Town”, centrándose en La Otra Mitad, el lado pobre, sórdido y solitario de Nueva York, ciudad que definió como “la más temeraria, ambiciosa, confusa, cómica, triste, fría y humana de todas las ciudades”), fue asidua de las tertulias del Algonquin –sucesora de Dorothy Parker— y publicó relatos magistrales de infancia, exilio y relaciones, al parecer autobiográficos. Elegante y excéntrica, recogió el legado de mordacidad e ingenio de Dorothy Parker, pero sin su resistencia para sobreponerse al dolor interno. Tras su fracaso matrimonial con un escritor de la revista, sufrió depresiones y accesos psicóticos y se dedicó a la vida vagabunda. The New Yorker le ofreció un alojamiento, pero ella sólo aceptaba refugiarse en el lavabo de señoras de la revista. Cuando murió en 1993, en un oscuro asilo, llevaba casi treinta años sin publicar y se había convertido en homeless.
El interesante prólogo de Ana Nuño cuenta mucho más de esta escritora genial, olvidada durante décadas, cuya obra empieza a ser recuperada también entre nosotros gracias a Lumen. En este caso, se trata de una novela breve, De visita, que constituye un botón de muestra suficientemente persuasivo para leer el resto de sus relatos. La joven Anastasia King vuelve a Dublín, ciudad de su infancia, que abandonó con su madre para vivir en París. Muerta su madre y desaparecido también el padre, Anastasia se dirige a la casa familiar con la idea de echar raíces allí. Pero no cuenta con la dureza y el resentimiento de la abuela paterna, que no está dispuesta a permitir su presencia y le reprocha la huida de su madre, identificándola con ella.
Su soledad respira en el paisaje de Dublín, en las “inexpresivas fachadas” o en los “rostros sombríos”. Como dice Clare Boylan en el prólogo de la edición americana, “Brennan no se limita a escribir sobre la soledad. La habita. La exhibe. La eleva a forma artística.” Pero en su paisaje, la belleza y el dolor están siempre entrelazados y en esa asociación radica parte del hechizo.
En las habitaciones de la casa, con un jardín “cercado por un silencio impenetrable”, se dibuja la imposibilidad de entendimiento entre estas mujeres, que parecen observarse acechantes, incapaces de transmitirse calor o complicidad. La implacable, fría y sectaria moral católica que lo ensombrece todo impide a Anastasia refugiarse en la iglesia, de donde es prácticamente expulsada, aunque la hilera de mendigos sí recibe ayuda.
Un legado familiar destructivo personificado por la abuela terrible (y por otro algún personaje secundario, como la madre dominante y posesiva de la pobre señora Kilbride) y la resistencia de la protagonista a aceptar la ausencia de amor y de esperanza, en una obstinación ciega, inocente o vengativa –aunque sea a costa de su propio sufrimiento— componen el fondo de la historia. Cada línea y cada imagen dublinesa distorsionada por la lluvia palpitan con la duda de uno de tantos seres machacados por esa institución maléfica que puede ser la familia, donde las mujeres han sido muchas veces también, mal que me pese reconocerlo y utilizando las palabras de Ana Nuño, “vectores de culpa y de crueldad”.
Elogiada por Alice Munro, Brennan es una escritora deslumbrante, con una precisión minuciosa y exquisita, y el elegante castellano de la traducción vehicula perfectamente su economía luminosa. El distanciamiento sesgado le permite a la autora construir su relato con pinceladas maestras y una delicadeza ligera, que equilibra el peso emocional, posándose de pronto en pensamientos que iluminan la ágil narrativa, como la frase citada al dorso del libro: “El hogar es un lugar de la mente. Cuando está vacío, vibra. Vibra con los recuerdos, rostros, lugares y épocas pasadas. Imágenes queridas se alzan indóciles y componen un espejo para la vacuidad.”
He leído De visita de una sola vez, y sólo puedo felicitarme por esta cuidada edición y desear que se publiquen también sus cuentos.

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