domingo, 11 de marzo de 2007

BALCANES Aleksandar Hemon

Narrativa Sarajevo desde América ISABEL NÚÑEZ Aleksandar Hemon - “El hombre de ninguna parte” - ANAGRAMA - Traducción de Damián Alou (255 págs. 14,50€)

Un escritor serbio decía hace poco que Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964) ha logrado escapar de la influencia decisiva de Danilo Kis sobre todos los escritores de la antigua Yugoslavia adoptando el inglés y convirtiéndose en escritor norteamericano. Pero sin duda, una de las cosas que más fascinan a la crítica anglosajona es la renovación del idioma, de la cultura narrativa y de la forma que Hemon aporta con su legado kisiano contemporaneizado y filtrado por su particular uso del inglés. Otro de los logros de Hemon que producen el encantamiento desde las primeras páginas son esas imágenes cuya potencia no es sólo visual, sino emocional: contienen la esencia de su humor melancólico, de su tristeza irónica, tan eslava, tan balcánica, de su poética sarajeviana, de su fascinación mitteleuropea por el peso de la historia visto como narrativa, no como épica, sino con la lente microscópica de un personaje. Todo esto, que ya aparecía en la magnífica serie de relatos “La cuestión de Bruno” (Anagrama, 2001), se reafirma en esta insólita novela, “El hombre de ninguna parte”, el “Nowhere Man” de la canción de los Beatles, el mismo Jozef Pronek del relato “La cuestión de Bruno”, que intenta sobrevivir en Chicago mediante una serie de trabajos miserables, luchando por escapar a su extranjeridad maldita, con su inglés defectuoso de balcánico (la cómica dificultad de poner artículos para los hablantes de una lengua que no los tiene), que le sirve al autor para reforzar su autoironía característica, mientras, lejos del personaje, su país se fragmenta y destruye en la guerra salvaje de los años noventa, que parece no haber tenido nunca fin. También hay un retorno al pasado, en un largo capítulo que cuenta la juventud de Jozef, su banda de música filobeatle, sus torpes iniciaciones amorosas, su incursión a Kiev, la amistad y la destrucción juvenil, el pasado comunista, la infiltración de la política y la administración en la vida cotidiana. Y después, de nuevo en Chicago, su acercamiento al amor, intentando sustituir el dolor y el pesar que le oprimen, mientras las cartas de los amigos le envían noticias de guerra –cómo la metralla se lleva las piernas de su ex novia en un mercado, cómo se suicida un caballo hambriento, cómo el rencor y la conciencia de ser destruidos vuelve locamente agresivos a algunos sarajevianos—, y Jozef contempla su propia pulsión destructiva en una escena doméstica con un ratón. No falta un enigmático final histórico que resitúa al “hombre de ninguna parte”. Pero antes, Hemon nos ha desconcertado con sus juegos de personalidad, con ese Jozef siempre desdoblado, que se presenta a sus interlocutores con identidades y nacionalidades distintas (en una ocasión, simplemente como “otra persona”), o que conserva un yo quieto y espectador mientras su cuerpo destroza los muebles que le rodean en su desesperado arrebato de tristeza infantil... Y sobre todo, con esos narradores fantasmas, que intervienen en la historia a traición, abriendo misterios de fantasía e interrogantes sobre su sospechosa omnisciencia, como la mano que calma a Jozef en su ataque post-ratón, murmurándole unas palabras en serbocroata. Pero incluso esa fantasía liga bien con la fantasía ambiental, donde todo, las persianas que farfullan, los colgadores de toallas que tiemblan, la butaca que abraza al que se sienta, las mariposas que se arrancan las alas una a otra en el estómago de Jozef, reinterpretando la típica expresión inglesa de las náuseas, el papel higiénico que palpita como una medusa en el váter, las gotas tercas del grifo, el conductor que le apunta y dispara con el dedo al pasar, los huevos hirviendo como ojos sin iris, todo participa de esa melancolía literaria y autoirónica de un Hemon que se libera de su historia contándonosla y convirtiéndola en pura literatura. Y la versión castellana de Damián Alou, pese a los que escollos a los que se enfrenta, transluce la estructura inteligentemente sencilla del inglés de Hemon y el placer casi sensual que el autor parece hallar en la escritura.

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