domingo, 11 de marzo de 2007

BALCANES Dubravka Ugrešić

Narrativa Ámsterdam, ciudad arenosa del exilio ISABEL NÚÑEZ Dubravka Ugrešić - El Ministerio del Dolor - Anagrama - Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Piśtelec (304 págs. 18 € ) Algunos afortunados lectores españoles conocerán ya a Dubravka Ugrešić (Zagreb, 1949), por su excelente e insólita novela anterior, El Museo de la Rendición Incondicional (Alfaguara, 2003). Allí, la narradora croata, exiliada tras el conflicto que destruyó la antigua Yugoslavia, utilizaba su desubicación en Berlín para apresar con su mirada inteligente e irónica el mapa contemporáneo de esa ciudad-museo de la historia, donde todo el encarnizamiento y la complejidad del siglo XX muestra sus rastros visibles y el propio turista es invitado a participar (opuesto a nuestra ahistórica Barcelona, que construye incluso en el lugar donde fueron fusilados cientos de ciudadanos y borra toda memoria de la ciudad rebelde, en una imagen sólo comercial, suficiente para los turistas del alcohol). Construía su propio álbum identitario, fragmentado y agridulce, con los retratos tragicómicos de las amigas separadas por la guerra, los diálogos desconcertados con la madre, los grupos variopintos de ex yugoslavos que se detectan entre sí por las calles berlinesas, el sexo fugaz, los artistas que dibujan la memoria, la soledad y la burlona nostalgia siempre lúcida de su vivencia del exilio. En El Ministerio del Dolor, la narradora es de nuevo una croata exiliada a quien ofrecen una plaza de profesora de serbo-croata en Ámsterdam y que enseguida comprende que el aula es un campo minado y la lengua y las palabras, capaces de hacer estallar la guerra que todos se han llevado consigo sin querer. Son las dificultades y conflictos de Tanja Lucić, su búsqueda de un territorio común en el pasado remoto de los alumnos, la rebelión silenciosa de una parte de la clase y su relativo triunfo sobre la profesora, los gestos de cada personaje, la común ironía que no excluye nunca el dolor –tampoco cuando uno de ellos se suicida, dejando unas pistas para interpretarle—, la obsesión por la palabra y la angustiosa incapacidad de usarla, como en el juego que acerca y aleja a la narradora de uno de sus alumnos, con una escena de callada violencia que sólo el final resuelve, y la atmósfera casi acogedora del barrio rojo de las putas, la desnudez y exhibición privada de la ciudad arenosa, los encuentros fugaces y equívocos donde el intercambio de fluidos permite cierta pacificación, y la reflexión audazmente literaria y analítica de su mirada. Cada elemento encuentra su lugar preciso en el engranaje hábil y melancólico de la novela, con un tono donde el agotamiento emocional, la carga del dolor acumulado no puede derrotar, aunque lo intente, la energía intelectual de esta gran autora. De nuevo, la mirada sobre Ámsterdam, sugerida en la cita de Cees Noteboom al inicio del libro, es tan penetrante y llena de matices que me ha hecho preguntarme si acaso entre todos los viajeros, será el exiliado quien pueda ver mejor las ciudades que le acogen y devolver su imagen con mayor claridad. O tal vez sea ese un talento especial de Dubravka Ugresic y sus narradoras, llenas de la perplejidad chejoviana que permite la mejor literatura. El título, irónico pero clave para comprender el fondo duro de esta novela arenosa como la bajura del terreno de Ámsterdam, es el nombre de un club sadomasoquista de la ciudad y los alumnos de la profesora Lucić lo utilizan para aludir burlescamente a uno de sus trabajos ocasionales mejor pagados, confeccionar ropa S/M para la ciudad holandesa. ¿Cómo gestionar ese dolor histórico y personal y cómo digerir todas las facetas de esa forma geométrica y compleja que es el exilio? No se trata ya sólo del desarraigo, de las dificultades sobre la propia identidad, construida sobre un pasado más o menos común, ni del pretexto que supone para cambiar de vida y dejar atrás relaciones vencidas, se trata también y sobre todo de la violencia, de esa misma violencia ante la cual fingimos sorprendernos al verla en guerras ajenas, la que nos habita, está en nuestros vecinos y está en nosotros y puede generar rupturas y estallidos insospechados que no tendrán cura. La antigua Yugoslavia es un país complejo, tan desconocido entre nosotros como su gran literatura, y Dubravka Ugrešić , atacada y perseguida por el régimen patriarcal de Tudjman, es una de sus voces más sugestivas e interesantes. No se la pierdan. Perfil: Pesadilla balcánica
Dubravka Ugrešić (Zagreb, 1949) ha publicado en España la novela El Museo de la Rendición Incondicional (Alfaguara, 2003) y los ensayos Gracias por no leer (La Fábrica, 2004). Traductora, profesora en la Universidad de Zagreb, fue una de las 5 escritoras estigmatizadas por la prensa oficial de Franjo Tudjman como “las brujas de Rio” (en la cumbre feminista de Rio de Janeiro, alguna de ellas denunció que la supuesta guerra nacionalista encubría una auténtica guerra contra las mujeres, con las violaciones sistemáticas de bosnias y croatas en los campos de concentración serbios), publicaron sus teléfonos y dirección para que cualquiera pudiera avasallarlas. Perdieron sus trabajos, vivieron la cobardía de amigos y colegas que las traicionaron, y acabaron por marcharse. Ugresić ha vivido en distintas ciudades de Europa, como Berlín y Ámsterdam, y sus libros, elogiados por Susan Sontag o Timothy Garton Ash, han tenido una acogida crítica excepcional, tanto en Europa como Estados Unidos. La misma ironía, unas veces ligera y otras sarcástica y amarga, con que analiza el exilio en estas dos novelas, impregna sus declaraciones en Barcelona. No tiene esperanza en el futuro de su país. Define a la protagonista de El Ministerio del Dolor como una narradora traumatizada, que apenas puede contar su dolor, ni nos deja ver a sus estudiantes, sólo oírles. En la versión original, su forma de hablar revela si son eslovenos, macedonios serbios, bosnios, croatas, montenegrinos. Ella sólo se refleja en ventanas y escaparates de una ciudad, Ámsterdam, que se exhibe impúdicamente. Incluso en el juicio de Milošević en La Haya, en lugar de mirarle a través del cristal, prefiere verlo en la pantalla de televisión, como parte del escenario irreal. Dice Ugrešić que su libro “trata de la culpa, y la autohumillación a la que se somete la narradora sólo es un síntoma de ese sentimiento”. Recuerda el dicho según el cual hacen falta 20 años para que un país se cure de una guerra, y añade que “nada se ha resuelto: la gente no quiere hablar, prefieren sentirse víctimas”, e ironiza: “víctimas de la historia y víctimas históricas, víctimas del imperio otomano y del imperio austro-húngaro, del comunismo y el nacionalismo, futuras víctimas de la Unión Europea y víctimas de una futura invasión china, porque dos chinos han abierto una pequeña tienda en Zagreb”. Y lo mismo ocurre con los exiliados: “La autocompasión es el sentimiento favorito de la especie humana, porque excluye la responsabilidad y permite la regresión infantil.” Según Ugrešić, los nacionalistas extremos que apoyaron lo que ocurrió durante la guerra siguen conservando sus puestos en la Universidad, la administración, la prensa y la televisión. Dice que El Ministerio del Dolor no es una novela autobiográfica, aunque “sin mi experiencia nunca habría podido construirla”. Bromea sobre las diferencias entre su narradora y ella, o sobre su impresionante formato físico, y sobre la relación sadomasoquista de profesora y alumno dice que “eso es lo único autobiográfico de la novela”.

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