domingo, 11 de marzo de 2007

Barcelona y Argentina: Jordi Bonells

Foto: Barcelona, 1936 Culturas La Vanguardia (6 diciembre 2006)
ESCRITURAS Narrativa
Quien se aleja de su casa ya ha vuelto
ISABEL NÚÑEZ
Jordi Bonells - Dios no sale en la foto / Déu no surt a la foto. Traducción al castellano de Isabel Lacruz Bassols
y al catalán de Pau Joan Hernàndez. FUNAMBULISTA / EDICIONS 62 - 206 / 144 págs. - 15,95 / 16 €
ISABEL NÚÑEZ En Esperando a Beckett, Jordi Bonells (Barcelona, 1951), presentado en el posfacio como "un desaparecido de nuestra literatura", escribió algo que fascinó a Enrique Vila-Matas: "Nací en Barcelona, y toda mi vida me la he pasado y me la pasaré yéndome de ella. No hay nada que hacer. Es la razón por la que intento ir lo menos posible a mi ciudad natal: cuando estoy en ella sólo tengo ganas de abandonarla. Vivo en una permanente desaparición... Por el contrario, he vivido en Buenos Aires durante algunos años y sólo tengo una idea en mente: volver allí cuando me jubile, o antes si puedo. Lo trágico es que quizá no vuelva nunca y mi temor, por uno de esos extraños tumbos de la vida, es acabar viviendo en Bélgica y que me entierren en Bruselas". Es la esencia del personaje del propio Bonells, narrador de los tres libros que ha publicado en España, un catalán convertido en escritor de culto francés, que sólo ha vuelto a escribir en castellano "porque un editor madrileño quiso publicarme". Profesor de literatura hispánica en Toulon, finalista del premio Herralde en 1988 y del Planeta en el 2000, Bonells vive en Marsella, con su mujer argentina y su hijo y, según declara, no tiene amigos franceses, sino argentinos, y no usa el catalán porque "ya no me quedan amigos con quienes hablarlo". Desdeña géneros y clasificaciones con cierta irritación y se sitúa en un terreno bartlebiano. Dice que no le interesa hablar de libros (ya lo hace en sus clases), que sólo escribe cuando le sobra tiempo, que sus gustos literarios son antiguos, y reivindica a Papini y a Zweig, pero es borgiano confeso, beckettiano por inspiración, y la asociación con Bolaño y Vila-Matas es inevitable desde su deslumbrante La segunda desaparición de Majorana (donde el narrador viaja a Buenos Aires en busca de un físico italiano desaparecido) y su escritura, no sólo por la distorsión de los géneros y la metaliteratura, sino también por la ironía y el tono, es claramente contemporánea. Dios no sale en la foto es la evocación del padre muerto, la revisitación de una ciudad que desaparece bajo las excavadoras (la fiebre inmobiliaria que ha devorado los jardines, pero también la Barcelona anarquista y revolucionaria, hoy enterrada y convertida en inmenso centro comercial), la reconstrucción de lo que no sale en la foto –con ese personaje de Dios irónico, un dios que duda e improvisa sobre la marcha, desbordado por un mundo complejo y por la estupidez y la perversión de los hombres–, como reverso de lo que se cuenta, los amigos anarquistas en las calles rodoredianas, la familia, la tensión erótica encarnada en la tía monja, frustrada hasta una poética locura, y cierta inocencia en la resolución narrativa de esos personajes que contrasta con un agudo registro de la pérdida, de ese padre del que la hermana y el narrador ya no hablan, pero que "no ha salido de nuestras vidas. Al contrario, ha entrado en lo más hondo de ellas".
Si bien la ficción autobiográfica permite a Bonells construir un hilo reiterativo que salta de uno a otro de sus libros, ciñéndose a ese material personal, también muestra quiebros poéticos fabuladores que recuerdan a Isak Dinesen, Carson McCullers o al Günter Grass de El tambor de hojalata. Así, ese padre que de pequeño estudia piano con una profesora vieja y fumadora, y las volutas de humo que le obligan a tocar lagrimeando los valses de Chopin, le harán odiar el instrumento y le convertirán irónicamente en adicto al tabaco. Un padre anarquista que acabará como chófer de un alemán en una mansión de Sant Gervasi, siempre con un humor negro que no excluye cierta nostalgia estética: "Creo que la guerra española consagró el triunfo del fracaso... la victoria no vale lo que la renuncia".
En Esperando a Beckett, Bonells traza su pasado en una ciudad de la que decidió huir "para no desaparecer", adentrándose en un ingenioso juego de letras B que explicaría sus fobias y filias y su obsesión por Beckett, al que lee "como quien mira un cuadro", sin entender el francés, entre la biblioteca del señor alemán y la librería Letteradura. Las mismas referencias familiares, filosóficas (Spinoza, Schopenhauer) y literarias se ordenan de distinta forma, idénticas piezas de un puzzle distinto, en un remix de escenas como aquella en la que el narrador lleva a su hijo a ver la casa donde vivió, que las excavadoras están destruyendo. Sin perder el equilibrio entre la ligereza de su juego y su pesimismo bernhardiano, obsesionado por la pérdida y la fatalidad. Era difícil superar La segunda desaparición de Majorana, donde el pulso narrativo de Bonells es firme y no sufre irregularidad ni descalabro alguno. Apoyado en la historia de Argentina, en la banalidad del mal arendtiana (el nazi oculto con una vida pequeña y afable, a la espera del momento en que será al fin descubierto y su destino cambiará conla frase: "Un momentito, señor"), pero también en la celebración de la ciudad de Buenos Aires, con sus atractivos y horrores, el psicoanálisis, el boxeo, los escritores (Gombrowicz, Puig, Chatwin, Arlt...), los amigos, los desaparecidos de la dictadura, la corrupción de Menem, la exuberancia libre y expresiva de la lengua porteña y, al final, la ficción devora la realidad como la selva recubre una antigua civilización: Majorana logra su autonomía, sumiendo al narrador en una nueva perplejidad.

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