sábado, 24 de julio de 2010

Mi reseña de Bernard Quiriny en La Vanguardia

Foto: I.N., Un gato provenzal, cerca de la haute église, 2010
La Vanguardia Cultura/s del 21 de julio de 2010
Cuentos borgianos ISABEL NÚÑEZ Cuentos Carnívoros Bernard Quiriny Prólogo de Enrique Vila-Matas Traducción de Marcelo Cohen 224 Páginas 18 EUROS Bernard Quiriny (Bélgica, 1978), joven y brillante autor belga, profesor de derecho y filosofía en la Universidad de Bourgogne, es autor de otro libro de relatos, L’Angoisse de la première phrase (2005, premio Vocation), y de una tesis sobre Castoriadis. Cuentos carnívoros, su primer libro publicado en castellano, es sorprendente.
Si en su exuberante relato Sanguina, pese a la introducción de lo fantástico, la atmósfera parece digna de Zweig, encontramos aquí elementos cortazarianos –ese amable obispo argentino confuso ante dos cuerpos que amenazan con multiplicarse recuerda la Carta a una señorita en París—, bolañianos –el recuento de escritores muertos de Gould tiene algo de La literatura nazi en América—, pero también vila-matianos –aparte del asombroso prólogo-relato en el que Enrique Vila-Matas reclama la autoría de sus cuentos— cuando retoma la literatura de otros para darle la vuelta, siempre con ironía cervantina, pero pasada por escritores latinoamericanos (como Berti), y con ese efecto de imaginación infinita que inauguró Borges, y son borgianos muchos de sus personajes, como esos yapus y sus frases de sinsentidos, o esos fanáticos de las mareas negras que se reúnen secretamente como los caníbales de Ishiguro, o sus músicos con nombres de arquitectos o escritores, o el petrolero llamado Pedro Páramo o el melancólico pianista de jazz que al caer olvida la música y se hace kantiano, o los casos inquietantes a los que se enfrenta ese dequinceyano asesino a sueldo, siempre orientado a la belleza aunque sea amoral, como metáfora faulkneriana de la literatura.
Sus lecturas son hábiles, su poética lograda, no hay nada banal en sus fantasmas, ni en su loco humor pingetiano-beckettiano, hay sí, un subrelato ásperamente misógino dentro del “Extraordinario Pierre Gould”, pero vence su buena escritura, sus metáforas de escritores sin ideas y escritores impostores, o ese botánico enamorado de la peligrosa planta carnívora o la bebida östeuropea que provoca la borrachera eterna y hace caer “del otro lado”, o la mítica desaparición del padre, y ese Pierre Gould que cruza los cuentos desde su primer libro introduciendo lo fantástico en la trama. El tono ligero y musical sólo acrecienta el atractivo de su escritura, en cuidada traducción de Marcelo Cohen. Un must.